La interculturalidad no es solo mi trabajo: es mi manera de ver el mundo.
He vivido en 10 ciudades, en 6 países y 2 continentes, hablo cinco idiomas. A lo largo de mi vida he integrado constantemente nuevas formas de pensar, decidir y relacionarme. He aprendido que la cultura no es solo una bandera ni un pasaporte, sino un sistema vivo que moldea la forma en que colaboramos, lideramos y generamos confianza.
Mi recorrido comenzó en el periodismo, donde la curiosidad me enseñó a escuchar antes de interpretar. Más adelante, al coordinar equipos multiculturales, descubrí que la diferencia no es un obstáculo, sino una invitación a crecer.
Siempre he preferido los círculos a las filas de pupitres. En los círculos, todos pueden ver y ser vistos. Esa geometría tan simple se convirtió en mi filosofía: cuando las personas se conectan más allá de las palabras, la creatividad y la colaboración surgen de forma natural.
Trabajar desde la interculturalidad significa, para mí, cultivar la conciencia, la empatía y la flexibilidad: habilidades que hacen que tanto la vida como el liderazgo sean más humanos. A través del movimiento, la narración y el diálogo, ayudo a las personas a redescubrir lo que las une más allá de sus diferencias. Porque cuando realmente nos encontramos entre culturas, no solo mejoramos la forma en que trabajamos: transformamos la manera en que convivimos.
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